jueves, 9 de febrero de 2012

Mingala-bá. Otra historia Birmana


Y tras una poco confortable noche en el Aeropuerto de Bangkok (que nos sirve para darnos cuenta de que nos vamos asalvajando un poco, pues nos molesta más el aire acondicionado que dormir en el suelo), amanecimos en Yangón, la capital de Myanmar, la antigua Birmania. Y aquí es donde nos habría gustado contar que flipamos, que la gente nos recibía con la sonrisa de oreja a oreja y que la ciudad es una maravilla. Pero la realidad es que, como en cualquier otro país, llegas y un hombrecillo te ofrece taxi por el módico precio de 10 dólares, la gente es maja pero te piden bastante más dinero de lo que realmente valen las cosas y Yangon… en fin, es Yangón y como esta ciudad no hay otra. Y no puede haberla, pues el mezclote de gentes, olores, religiones, basuras y comidas callejeras (estas dos últimas difíciles de distinguir en alguna ocasión), ante cualquier tipo de opinión, sobre todo nos desconcierta.Está bien porque te despiertas la primera noche oyendo un cántico, son las tres de la mañana, bajas las escaleras del hotel, sales a la calle y, ¡la hostia!, un grupo de musulmanes paseando un algo por la calle, en la que hay una mezquita, mientras cantan y se golpean el pecho… y a la noche siguiente le tocaba cantar a los budistas del templo que hay frente a la mezquita. Todas las mañanas, monjas vestidas de rosa pastel canturrean mientras piden la limosna. Y esta parte mola. Lo que ya gusta menos son los precios de los hoteles, de los transportes, el follón con la moneda (aquí utilizan kyats, pero también dólares y al loro con el cambio), la suciedad y, ante todo, la similitud de algunas costumbres que descubrimos en la India, como darte la brasa, pedir más dinero a los guiris, escupir una cosa roja que se dejan en la boca durante horas, etc.

Y la pregunta que os haréis al saber que nos quedamos cinco días aquí es ¿por qué? Pues básicamente por dos razones, primero porque teníamos que tramitar el permiso para salir por tierra del país y, segundo, porque Javi se pilló un constipado o algo así y no era plan de meterse 12 horitas de autobús hasta la siguiente etapa. Pero al final salimos de Yangón en un bus de lo más confortable (y no es broma, son caros pero cómodos) con la esperanza de encontrarnos con algo mejor, más allá de sus templos, en Bagán.

Verano azul en Bagan

Y tras una noche de lo menos confortable (me suena que esto no lo decimos por primera vez…), llegamos hechos una mierda a Bagán. Un frio del carajo nos esperaba en la estación de buses, hasta que llegamos al hotel y descansamos. Y Javi volvió a disfrutar de las constantes visitas al baño, sin dolor ni malestar. Al día siguiente cogimos un par de bicis, pan de molde, tomates y aguacate, un mapa de los templos, la linterna y el papel higiénico, y comenzamos a disfrutar de la basta llanura de los templos de Bagán. Pedalear entre templos milenarios repartidos por el bosque, entrar en los grandes y concurridos, descubrir los pequeños y solitarios, subir a lo alto de una terraza o estupa y ver la cantidad de agujas que apuntan al cielo asomándose entre árboles y palmeras, hasta que la vista se bloquea en las montañas del fondo. Nada que no puedas leer en la Lonely Planet. Los templos de Bagán son muy bonitos, los autobuses de coreanos y las docenas de vendedores lo son menos. Pondremos rumbo a las montañas del este, puesto que a las del oeste no puedes ir, salvo que le pagues un pastizal a una agencia de viajes (gubernamental claro). Lo mejor es que el carácter de los/as birmanos/as empieza a aflorar.
 

Las montañas de Kalaw

No quedan plazas en el autobús directo. En este país hay muy pocos sitios que pueden ser visitados por los turistas y es temporada alta, así que las plazas en transportes y hoteles están muy solicitadas. Hacemos un primer tramo en un autobús confortable y para el resto del camino Javi consigue (tras mucho negociar precios entre dólares y kyats), una camioneta o trasto repleta de fardos por todas partes, y con ella nos vamos montaña arriba. Curiosamente, este pesado trayecto de 7 horas de incomodidades y frío hace que empecemos a descubrir un Myanmar que nos gusta más, seremos masocas. Al día siguiente descubrimos que Kalaw es un pequeño pueblo entre montañas, con pocas calles, un agradable calorcito durante el día y un frío que pela por la noche, llegando incluso hasta los 0 grados. Así que, sin saberlo, habíamos llegado al sitio donde íbamos a pasar nuestro invierno este año, eso sí, un invierno muy corto, 5 días para ser exactos.

Y lo mejor para conocer Kalaw, sus montañas, cultivos y a sus gentes, es hacer un trekking con un guía local. Se llama Sun Mar, tiene 22 años y vive en Myir Dake, una aldea de las montañas, donde vamos a dormir esa noche en su casa para continuar al día siguiente con el segundo de dos días de caminata. El primer descanso lo hacemos en un monasterio donde comemos justo delante del altar. Y no estamos solos, un grupo de niños monjes come en otra mesita en un rincón, cerca de ellos, en otra mesa, un monje anciano que nos invita a té y nos ofrece unos plátanos. Nunca antes habíamos comido en un monasterio, es una buena experiencia para nosotros, lo que no esperábamos es que a aquellos sucios niños vestidos con su hábito azafrán les iba a gustar tanto posar para que les hiciésemos fotos y, mucho menos, que acabarían cantando, jugando a pegarse e incluso haciendo la croqueta con Javi para que les hiciésemos videos y después verse. Se reían a carcajadas viéndose en la pequeña pantalla de la cámara. Parecían no cansarse nunca. Finalmente, nos despedimos de todos ellos y continuamos el camino monte a través.


A media tarde llegamos a la aldea, lo mejor de la excursión. Pasear por sus calles de tierra, entre las casas de teka construidas en alto, jugar con los niños, recibir los sonrientes saludos de sus habitantes. Éramos los únicos turistas que paseaban por allí y nadie nos pedía dinero, ni bolígrafos, ni caramelos, ni nada, cosa a la que están muy acostumbrados en esta parte del mundo y en otras muchas, aunque por desgracia todo llegará. Casi con total probabilidad que los turistas conseguirán enseñarles esta penosa costumbre. Así que disfrutamos del momento, con la única precaución de tener cuidado con los búfalos a los que no les gusta el olor de los extranjeros. Y de disfrutar del pueblo a disfrutar de la familia de Sun Mar, super agradables y hospitalarios, ver su casa, aprender con su madre a cocinar el stiki-rice en la cocina de leña y conversar con el padre. Aquí empezamos a conocer a los birmanos y empezar a disfrutar realmente el país. Y antes de empezar la siguiente etapa, tenemos una agradable sorpresa. Nos encontramos a Sun Mar por Kalaw y nos invita muy alegremente a un café en un bar, y porque no la dejamos invitarnos a comer, es la primera vez que nos pasa algo así en nuestro viaje.

Viajar en el tiempo o a Inle Lake

Nos habían recomendado venir a este lugar y creímos que sería por su belleza paisajística, pero al llegar descubrimos que aquello que da a la zona una belleza sin igual son sus  habitantes, con su característica forma de vida.  Agricultores y pescadores que se desplazan en carros tirados por bueyes o montados encima de un búfalo, que nos invitan a tomar té a su casa para que veamos como trabajan la caña de azúcar convirtiéndola en dulcísimas tabletas, que trabajan todo el día de sol a sol en los campos y a la vuelta a casa cargados con enormes cestos en la cabeza, todavía les quedan fuerzas para dedicarnos un sonriente saludo. Es precioso visitar en bote el lago, pasando por sus numerosas aldeas construidas encima del lago, con sus calles de agua, ver a las señoras con sus bonitos sombreros como van en canoa a recoger a los niños al cole, y observar a los pescadores sostenerse sobre un solo pie en la canoa y remando con el otro, al tiempo que utilizan sus manos para pescar con red. Visitar los numerosos monasterios budistas y hablar con sus monjes, o intercambiar gestos y sonrisas con un grupo de señoras mayores que nos invitan a unos dulces.

Esta gente nos ha conquistado, nos han dejado conocerlos poco a poco y ha sido fascinante. En cuanto al país en sí, nos deja frustrados debido a lo inaccesible que resultan la mayor parte de sus territorios, que sabemos que esconden grandes maravillas, pero que al parecer, solo son y será posible visitar, con grandes fajos de dólares. Seguro que cuando se permita visitar cualquier parte del país será uno de los destinos más interesantes de Asia, hasta entonces solo puedes ir a los sitios que te dejan y con limitaciones incomprensibles, como la que nos hizo tener que regresar a Yangón y volver vía aérea a Bangkok, impidiendo cruzar al norte de Tailandia por el tan famoso (o infame) Triángulo de Oro… no todo nos puede salir perfecto. Volvemos a Bangkok donde sabemos las comodidades que nos esperan y donde comenzamos a perfilar otra etapa del viaje. En breve os contaremos que pasará tras cuatro meses de viaje.


5 comentarios:

  1. Seguir disfrutando y haciendonos disfrutar!!! Os echo de menos! Mil besos!

    Arancha

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    1. La visita ha llegado cargada de jamón, queso, chorizo y nuevas noticias. Nos alegramos más que mucho!!! Enhorabuena y un besazo enorme de los dos.

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  2. joder que envidia pareja, seguir disfrutando de vuestro viaje y nosotros seguiremos disfrutando de vuestras aventuras, 1 abrazo a los dos.

    oscar y susi.

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  3. hola parejaaaaa,espero que os vaya bien por aquellas zonas,todo muy chulo,javiviii eres una makinaaaaaaaa,espero volver a veros prontooo,por cierto javi soy el juanicoooooo el a.c.e de nocheeee jejejeje,un saludooooo a los dosss.

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  4. Gracias por vuestro comentarios!!! seguid escribiendo que nos hace mucha, pero que mucha, ilusión!!!

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