miércoles, 13 de junio de 2012

Hello Mister!

 
Como nuestros más avispados seguidores habrán adivinado, nuestras entradas en cada nuevo país son el saludo en la lengua local. Teníamos dudas sobre como empezar nuestra historia en Indonesia, puesto que el idioma es el mismo que en Malasya, el bahasa. Pero todo quedó claro al poco tiempo de pisar estas tierras, todo el mundo, seas hombre o mujer, te grita un “hello mister!” cuando se cruza contigo por la calle. Y es que la pauta en este país la marca, desde el primer día, la relación con la gente. Lástima que hablen poco inglés y no se pueda profundizar más. O casi nunca se pueda…

El principio fue en un barco, tras la lenta salida de la frontera malaya, donde un indonesio de lo más majo, nos acompaña hasta la rápida entrada en Nunukan, donde ven nuestra visa y nos sellan sin más preámbulo. Nuestro colega nos sube a un taxi, nos lleva a un cajero y nos consigue un par de plazas en un bote, incómodo y caro como pocos, para que podamos llegar a Tarakan. ¿Por qué tanta prisa por llegar a Tarakan?, porque a diferencia de cualquier otra llegada, alguien nos espera. Habíamos intentado un nuevo experimento en Filipinas, pero lo hicimos mal, también en Malaysia, pero no nos respondieron bien. Pero en Indonesia si. Nos metimos en el Couchsurfing, para conocer a gente y para buscar alojamientos en casas de locales. Y este es nuestro primer capítulo en Indonesia. El resultado fue que Masthuri, junto con Melinda, su prima, vino a recogernos al puerto, nos llevó a su casa, donde nos duchamos, cenamos y después nos llevaron a tomarnos un zumito de avocado con un pastelito en un parque de lo más agradable. Pero el llegar a casa de una indonesia al comenzar un país implica mucho más.

IMG_9216El “choque cultural” tras los meses y los distintos países, se minimiza mucho. Tras la India también. Pero llegar directamente a la casa de una familia tradicional indonesia impacta. Apreciamos las diferencias, explícitas (como saludar sin dar la mano al sexo opuesto o sus ropas) y sutiles, como las pequeñas y cotidianas diferencias entre hombres y mujeres, las costumbres a la hora de comer y, en general, todo el estilo de vida. Un par de días con Uri, su prima y su familia nos introducen en el país y nos ofrecen curiosas experiencias como ir con las dos jóvenes a un karaoke, donde Uri, con su tradicional vestimenta, canta apasionadamente los últimos éxitos pop europeos. En resumidas cuentas, la primera experiencia con el Couchsurfing es de lo más interesante y nos damos cuenta que aprendemos más de la gente en un par de días que en una semana viajando por nuestra cuenta, además asimilamos de forma distinta, ya que nos implicamos más y tenemos más confianza para preguntar sobre costumbres, el idioma y demás. Además seguimos desmontando nuestros esquemas sobre el mundo musulmán.

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Cuando se cumple un sueño

Uno de los principales motivos por los que habíamos venido a Kalimantan, el Borneo indonesio, era para ir a Palau Derawan (palau es isla en bahasa indonesia). Y el principal motivo por el que decidimos ir a Derawan, a pesar de lo difícil y costoso del transporte hasta esa isla, era porque nos habían dicho que allí desovaban tortugas y no era una atracción turística. Ver a una tortuga poner los huevos, fuera del agua, era algo que habíamos planteado como objetivo prioritario en el viaje. Llegando a la isla nos preguntamos si tendríamos suerte y podríamos verlo o si pasarían los días sin que ninguna tortuga apareciese por las playas. Hablábamos de como pasar noches en vela, de esperar que alguien nos ayudase a localizarlas y sobre que pasaría si pasaban los días y no cumplíamos este objetivo tan anhelado.

Conseguimos una habitación en una casa, descubrimos una playa enorme y solitaria, preguntamos por los sitos para hacer snorkel y por el buceo en los puntos cercanos. Descartamos bucear por lo caro del bote a los puntos. Sabemos que hay mantas raya pero también las hay en otras partes que visitaremos. Preguntamos por la gente que lleva la protección de las tortugas, puesto que no hay oficina ni nada parecido y, tras un par de conversaciones, tras anochecer, nos vamos en busca de Udin. Un tipo bajito con mochila y con linterna. No parece difícil encontrarlo. Vamos a buscarlo para preguntarle y ver si podemos ir a algún punto estratégico en la playa. Nos perdemos entre resorts, a oscuras, sin encontrar la playa. Al final dejamos atrás las construcciones de madera y llegamos a la playa, con la única luz del teléfono móvil-linterna. Vamos por al orilla pues suponemos que por allí andará el tal Udin. Vamos en silencio y buscando a este hombre, o una luz. De repente unas marcas en la arena. Javi piensa que podrían ser de una tortuga, pero nunca hemos visto las marcas. Pasamos pero algo le dice a Javi que no cuesta nada seguir las marcas. No damos ni diez pasos cuando aparece un agujero y, en el centro, una pedazo de tortuga de más de un metro escarbando. Javi petrificado y Esther susurrando a gritos que apague la luz. Nos damos la vuelta, rodeamos a la tortuga y nos ponemos a unos siete u ocho metros de distancia y asimilando que, sin apenas ser conscientes de ello, estamos oyendo como la gran tortuga verde quita arena con sus patas delanteras. Como ya nos ha pasado otras veces al escribir en el blog, describir la emoción que sentimos nos parece imposible. Ya nos conocéis y os lo podéis imaginar. IMG_3298A los pocos minutos aparece el tal Udin, nos dice que nos pongamos más lejos, que cuando empiece a desovar podremos acercarnos y hacer fotos y todo eso, pero hasta que empiece a poner los huevos puede asustarse y volver al mar sin desovar. Lo mejor de todo es que nos dice que hay un nido de huevos que va a abrirse en unos minutos. Nuestra creencia es que esas cosas pasan cuando pasan, pero esta gente lleva mucho tiempo y más o menos parece que controla estas cosas. Nos cuenta que el día anterior desovaron dos tortugas cerca de donde estamos, nos enseña los agujeros. Vamos hacia una cabaña cercana y vemos que empieza a mirar con la linterna debajo (están construidas medio metro por encima del suelo y sostenidas por pequeños pilares de madera, como los hórreos gallegos). Empezamos a imitar a Udin con la linterna del teléfono y, ante nuestros ojos como platos y bocas como trapas, una pequeña tortuga de poco más de cinco centímetros empieza a corretear como una loca. Udin la coge y la pone en un cubo, comienza a escarbar con un cacho de coco y las tortugas recién nacidas empiezan a salir y corretear.IMG_9280 Antes de poder cerrar la boca para sujetar el teléfono estamos cogiendo a las pequeñas para meterlas en el cubo. Hasta bien pasado un rato, tras llegar a la habitación y relajarnos no fuimos totalmente conscientes de haber encontrado una tortuga, ver a las recién nacidas como salían de la tierra, llevarlas a la orilla del mar, ver como la tortuga que habíamos visto pone los huevos, tapa el agujero y regresa al mar. Hasta bien pasado un rato, tras llegar a la habitación, no fuimos conscientes de que un sueño se puede cumplir cuando menos te lo esperas. En el viaje somos felices casi todo el tiempo, una felicidad tranquila, exótica, distinta a la rutinaria en los buenos momentos. Pero tan solo en estos momentos, cuando algo que hemos deseado, soñado y esperado sin saber si se va a cumplir, sucede. Asimilamos que, durante unos momentos hemos llegado a ese estado que nos transforma en un ser feliz, en un niño que no ve, por no necesitarlo, más allá de lo que en ese momento le ocupa, sin ansiar ni esperar nada más, puesto que no se puede.

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La otra cara de la moneda

IMG_9612No es la infelicidad ni la desdicha, por suerte. Las noches en Derawan eran pura vida. Durante cinco noches disfrutamos viendo el proceso por el que las tortugas comienzan a vivir. Vimos tortugas salir del agua (por su aún se podía pedir más), vimos más tortugas desovar y regresar exhaustas al mar, tras horas escavando en la arena. Vimos a las pequeñas salir de sus nidos y las acompañamos en su primer contacto con su medio, sabiendo que dentro de unos 20 años volverán a esas playas, solo unas pocas de ellas, a continuar luchando por la supervivencia de su dañada especie. Pero durante el día vimos la otra cara de Derawan. Tortugas disecadas como suvenires en las tiendas, anuncios de resorts con un par de jóvenes indonesios subidos encima de una tortuga en la playa, a un local sacar a una tortuga de poco más de dos palmos, dejarla boca abajo en la calle (suponemos para matarla y disecarla) y a los niños jugar con ella con palito. Vimos toneladas de basura entre corales. Y la indiferencia de todos, salvo de Udin y su compañero, que poco pueden hacer más que esconder los huevos y asegurarse que las pequeñas lleguen al mar, aunque como también pudimos ver, a veces se desorientan con las luces de los resorts volviendo a la playa para servir de alimento a los cangrejos (un par de horas nos pasamos sacando tortugas de todas partes, algunas dañadas, para devolverlas al agua).

En los últimos meses, rebuscando entre las diversas culturas que hemos conocido, nos hemos encontrado con la vida y la muerte. De la forma más cotidiana e impactante en Varanasi, de la forma más extraña en las tumbas colgadas de Sagada. Hemos visto cementerios chinos, cristianos, musulmanes y otros de distintos credos. Hemos visto como la gente se despide de sus seres queridos en casi todos los países que hemos visitado. Pero nada de eso nos sirve para comprender como se puede dañar a una criatura tan indefensa, con la única intención de vender un suvenir o captar a turistas, pues en esta isla es evidente que no necesitan estas cosas para sobrevivir, puesto que su negocio es el turismo y a más tortugas (nadando en el agua y desovando en sus playas) mejor. Igual que otras especies protegidas, su protección se termina en una mesa con un precio. Y nadie hace nada por evitarlo. IMG_9609Es evidente que Derawan muere, su coral está muriendo y sus inconscientes gentes están siendo los culpables. Matan a sus tortugas y tan solo hay dos personas, con una linterna medio rota y un cacho de coco para escarbar, que hacen lo que pueden, pues por su expresión parece que bastante les cuesta ya evitar que cojan huevos y tortugas pequeñas (también las vimos en una tienda para ser vendidas), como para luchar con todos sus vecinos y los acaudalados dueños de los resorts, incapaces de apagar la bombilla de una cabaña destartalada y evitar la muerte de tortugas que, en caso de que sobrevivan, tal vez no puedan regresar a esta isla a desovar, pues la basura y la muerte de la vida es el único destino que parece viable en este lugar. Si nadie hace nada por evitarlo.
 

Las largas y extrañas transiciones indonesias

Salimos de Derawan. Y salimos felices, por nosotros, no por el futuro de este pequeño paraíso. Disfrutamos más allá de lo imaginable de las tortugas, también nadando con ellas, y del coral que queda y los peces de colores. Sus gentes amables y simpáticas, fuera de su indiferencia hacia las tortugas, son encantadoras. Volvimos a Tarakan, con Uri y su familia, ahora más IMG_9653acomodados y disfrutando más de la experiencia. Esther se luce con la tortilla de patatas y Uri nos deleita con unos cuantos platos típicos, una gozada, sobre todo porque la comida en indonesia es, sin miedo a error en la descripción, una mierda. Compramos pasta de dientes, jabón y papel higiénico, sacamos dinero de los cajeros y nos preparamos para dejar Borneo. Toca enfrentarse al primer ferry indonesio durante una noche. Clase económica por supuesto. Pero teníamos un comodín.

De Tarakan nos dirigimos a Toli-Toli, en la isla de Sulawesi, para después buscar un puerto desde el que llegar a las paradisiacas (o eso esperamos) islas Togian. El comodín en cuestión es la madre de la prima de Uri. Melinda y su madre van a visitar a su hermana-hija en el centro de Sulawesi y cogen el mismo barco. La ventaja consiste en que llevan mil paquetes y han pagado a porteadores para que se los suban al barco, por lo que, mientras nosotros, Melinda y Uri, esperamos en el puerto, su madre lo organiza todo.


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Al rato, sin empujones ni incomodidades, llama a su hija y le dice donde está nuestro hueco para dormir. El barco es una mezcla de zoco y campo de refugiados, donde el calor insoportable, la música, la suciedad, las cucarachas y el humo de los cigarros ocultan cualquier cosa buena que pueda tener, si la tiene. Nos preparamos para una noche de esas memorables, que le vamos a hacer, haber elegido un crucero por los fiordos, ¿no querías Indonesia?, pues toma dos tazas majete. Pero bueno, los “vecinos” son simpáticos y la madre de Melinda, esa señora con pañuelo y vestimenta tradicional, cara redonda y alegre que con dos gestos y un grito pone firme hasta al capitán del barco, nos invita a cenar. Esther se pone ciega a gambas. Javi, noodless y arroz, para variar. El contraste lo pone el salón donde hay espectáculo de música, con aire acondicionado, mesitas, sofás y prohibición de fumar. Pasas del campo de refugiados a Vacaciones en el Mar atravesando un pasillo. El punto definitivo lo pone de nuevo la madre de Melinda cuando dice: “he comprado un camarote porque ahí abajo hace mucho calor y no puedo dormir, así que os venís a dormir que allí hay aire acondicionado”.IMG_3333 Y dejamos a nuestros vecinos y nos fuimos, con las esterillas del barco, al camarote, donde dormimos tranquilos hasta que a las cinco, si, a las cinco de la mañana, enchufaron el karaoke a un volumen que molestaría a cualquier europeo, a cualquier hora, a menos de un kilómetro de distancia. ¡La madre que los parió! Y después de desayunar llegamos a Toli-Toli, dejando a Melinda preocupada por nuestro futuro inmediato. Mira que les hemos dicho que llevamos ocho meses dando tumbos, pero bueno, nos han tratado como a hijos y nos han cuidado como a cachorros. Que bien se viaja así…

Y de nuevo estábamos solos. Por comparar, moverse por Indonesia se puede parecer a Filipinas. Tienes que combinar buses y diversos trastos con ferris y barcos para desplazarte entre islas. Pero en Filipinas, al menos, llegabas a un puerto o terminal de buses y encontrabas la información, además de poder comunicarte en inglés. Aquí ni de coña. Llegamos a Toli-Toli y nadie sabe si hay bus a Gorontalo, si sale de la terminal, ni nada de nada. Comenzamos a caminar bajo el sol, cargados y sudorosos y contrastando información con la gente que nos vamos encontrando. Vamos a al terminal y ya veremos que pasa. Pero hay sorpresa. Esther pregunta a un chico, que resulta habla perfectamente inglés y nos dice que nos lleva a la terminal, que va para allá. Resultó ser mentira. Nos llevó porque le apetecía. Su madre, dueña de una tienda, nos rellena la botella de agua fría y el chaval nos lleva a la terminal. No hay bus, pero hay coches compartidos que salen a las cinco de la tarde y tardan ni más ni menos que trece horas. Compramos nuestros asientos y nuestro nuevo colega, Teo, nos invita a comer en su casa. Comemos bien y después nos lleva a conocer la ciudad. Mala suerte haber comprado los billetes porque Teo nos ofrece llevarnos a las islas cercanas a hacer snorkel. Dice que son geniales y que no hay nada. Mala suerte no haber podido aprovechar una oportunidad o buena suerte que se quede todo en un, tal vez en otra ocasión. Nunca lo sabremos. El caso es que nos ayudó y nos brindó una de esas experiencias que no te esperas y, por ello, son geniales.

Se acaba lo bueno y llega la hora de subirse al coche, en la parte trasera, junto con un subwoofer y las miradas curiosas y divertidas de todos los que nos cruzamos, ante los gritos del conductor de ¡mister!, mientras nos señala. IMG_9657Paramos veinte veces antes de salir de la ciudad y en todas estas paradas nos convertimos en el centro de atención. Igual que en el barco y en casi todas partes, nos hacemos fotos con la gente, intercambiamos nuestras cuatro palabras en bahasa indonesia y hablamos del Real Madrid, del Barça y de los pilotos españoles de MotoGP. Finalmente salimos de la ciudad y comienza la tortura. Un camino de mierda, con música de esa que evitamos en casa a toda costa, pero a toda hostia. Muchas horas incomodas dando saltos en el asiento trasero y maldiciendo los altavoces. Todo lo simpático que llega a ser el conductor no compensa la pesadilla de viaje. Hacemos noche en Gorontalo y cogemos otro barco nocturno, más limpio pero muy caluroso y con las omnipresentes mini-cucarachas.
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Welcome to the paradise!

Si confusos son los transportes entre ciudades e islas grandes, que decir de la forma de llegar a las pequeñas Togian. El objetivo, Bolilanga Island, recomendado por nuestros amigos Andreu y Montse. El precio es más caro del que queríamos pagar, hay sitios más baratos, pero Bolilanga cuenta con un atractivo al que no nos podemos negar. No hay nadie en la isla y, por tres días, fuimos los amos y señores de este IMG_9709pequeño pedazo de tierra, lleno de selva, bordeado por tres playas de arena blanca y rodeado por un arrecife de coral. Solo para nosotros. Y durante unas horas, ni tan solo el personal (pues tenían una boda) en los poco más de dos kilómetros cuadrado que debe tener el islote. Lástima que el tiempo y la comida no acompañasen, aunque un par de sofás y la tranquilidad de estar a nuestras anchas en un sitio tan idílico nos harán recordar de por vida la sensación de tener un pedazo de paraíso para nosotros.
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Puesto que la comida nos dejaba un poco cabreados, decidimos partir y buscar otra playa en otra isla cercana. Malengue, que en el lenguaje local significa algo así como perezoso o vago, va a ser el lugar de partida. Llegamos tras una hora en un barco. Sifa, la simpática manager de Sifa Cottages, nos promete buena comida a un precio más que razonable. Una hora más en un pequeño bote y llegamos a otra isla. No nos acordamos del nombre, ni del día de la semana, ni nos molestamos en mirar el reló. Ruth, de Tenerife, nos esperaba (la conocimos en uno de los barcos de las Togian), junto con una pareja de alemanes, Mark y Renata, y Andy, londinense nacido en Taiwan. IMG_9875Y de nuevo llegamos a ese ritmo que consiste en levantarte por la mañana, coger la máscara e ir a buscar los pequeños tiburones que hay cerca de la increíble playa. Leer en la hamaca, tomar otro té y volver al agua. Comer, charlar con la gente y volver a la hamaca. Ocho días de idílico paraíso, entre palmeras y risas, momentos de desidia y lectura. Tiempo para contemplar los tonos de azul del agua, el verde de la selva que nos rodea, nuestros pensamientos pasar, divagar y perderse como nos hemos perdido nosotros en este lugar, sin electricidad, ni antenas de telefonía móvil, ni nada de nada, tan solo tiempo buena gente, tranquilidad y ausencia de tiempo.
Cuesta llegar aquí y, precisamente por ello, este lugar es el paraíso. Poca gente y paisajes de islas de ensueño, playas blancas con palmeras y corales bajo el mar. Todas las playas que habíamos visitado podrían tener algún fallo si te pones quisquilloso, este es perfecta. Bueno, una cosa se le puede achacar. Una maldita estrella de mar, de las que tienen pinchos y se comen el coral, que se puso debajo del pie de Javi en un instante de relax en la playa. Nada que no se cure con un poco de Betadine y agua caliente. Pero la culpa no es de la playa claro.
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Partimos de nuevo a Gorontalo. Una hora en bote, cinco en ferry y tres en coche. Toca volver a la civilización y hablar con la familia, que echamos de menos ver a nuestra sobrina.