domingo, 26 de febrero de 2012

En busca de la auténtica Tailandia, en buena compañía


…siempre se vuelve a Bangkok…

Y como ya os dijimos en otra entrada, siempre vuelves a Bangkok, para coger un avión, o para ir a otra parte. Tras la negativa de “the corresponding mininster” en Myanmar y no poder salir por tierra, el vuelo más barato que pudimos conseguir nos trajo de nuevo a Bangkok, con otros 28 días de visado para visitar el norte de Tailandia y alguna cosilla más que nos espera o, mejor dicho, que esperamos, por esas tierras asiáticas.

Lo dicho, de nuevo en Bangkok y en los cuchitriles de siempre, degustando barato Pad Thai y visitando embajadas para obtener información de próximos destinos (a ver si alguien adivina que viene después del norte de Tailandia), comiendo pollo frito y con una gran vida social, pues aunque ahora no coincidimos con conocidos, si que conocemos a más gente con la que pasar horas muertas y compartir una cerveza Chang. Pero tan solo un par de días son suficientes para visitar el Weekend Market, dar un paseo en barca por un canal y querer salir corriendo de aquí, pues el calor ya ha llegado y el aire es irrespirable. Compramos un billete de tren por 15 baths y junto a nuestro nuevo amigo Mauro, argentino residente en Barna, nos vamos a visitar la antigua capital del Reino de Siam, Ayutthaya.


Más bicis y más templos

Pues eso, que aquí toca pillar bicis y volver a visitar templos. Nuestra nueva monotonía. Y alguno/a pensará: estos H.P. dicen monotonía a estar viajando y darse paseos en bici entre preciosos templos… ¡pero que desfachatez! Estamos totalmente de acuerdo. Ya van cuatro meses de viaje, India, Myanmar y el sur de Tailandia a nuestra espalda. Nuestra “monotonía” es esto, visitar templos, coger trenes o autobuses, descubrir playas, conocer gente de todas partes y de lo más peculiar, quedarnos un día en la Guest House leyendo o sin hacer nada, pensar a donde vamos a ir mañana y comprar billetes a lugares que un tiempo atrás estaban tan lejos que parecían inalcanzables. Así que justo en el momento en el que somos conscientes de nuestra vida actual, nos damos cuenta lo afortunados que somos y saboreamos la recompensa del esfuerzo realizado para estar aquí diciendo “pues si, bonito templo… otro más… creo que ya sufro de templitis…”. Visitamos Ayutthaya, disfrutamos de las cerves y las conversaciones con Mauro y seguimos nuestro viaje al norte. Próxima estación Chiang Mai, de nuevo tren nocturno y en butaca… otra de estas nochecitas que pueden ser geniales o una completa mierda, pero la ilusión de llegar a Chiang Mai es distinta, pues sabemos que allí encontraremos algo que hasta ahora no hemos vivido en este viaje…


Compartiendo el norte de Tailandia

Probablemente, después de las playas y las islas del sur, el destino más popular de Tailandia sea la capital del norte, Chiang Mai, y sus alrededores, sobre todo la antigua colonia hippie de Pai, así como las montañas y la jungla que se extienden desde la frontera con Myanmar hasta Mae Sariang. Y esto lo sabemos porque hemos ido, no porque lo hayamos leído en la guía y, lo más importante, lo que nos diferencia sobremanera de todas las hordas de turistas que circulan en moto por estos lares, bebiendo Chang y Leo y haciendo el farang, es que la mañana del 12 de febrero de este, nuestro año 2012 y 2555 para los thais, Amanda y Águeda aterrizaron en el aeropuerto de Chiang Mai, convirtiéndose en la primera visita que recibimos… nadie podrá comprender la ilusión que nos hacía y lo felices que nos han hecho (superando el grado de felicidad que da el no trabajar y vivir para viajar). Pues si, llegaron y la sensación, después de más de cuatro meses solos fue increíble. Tener noticias de eso que llamábamos casa, conversaciones, risas y, sobre todo, compartir con alguien a quien ya conocíamos antes del viaje nuestra nueva vida y nuestras experiencias es brutal. Por si fuera poco, entre otras cosas, vinieron con lo siguiente:

-      -  Un cabecero de lomo;
-       - Cuatro cuñas de queso;
-       - Un salchichón ibérico;
-       - Un chorizo (al más puro estilo Paco Martínez Soria);
-       - Tres bandejas de jamón;
-  - Chocolate, nocilla, un ejemplas de El Jueves y muchas más cosas de esas que aquí no disfrutamos.

A ver quién lo supera… creo que no teníamos tantas ganas de que llegase alguien desde los Reyes Magos del 86… y no es para menos. Y es que las madres nos cuidan incluso estando en la otra punta del planeta ¡gracias madres por este regalo de Reyes!

El caso es que al venir Águeda y Amanda por un plazo reducido de tiempo, nos comprometimos a planear un calendario de festejos y actividades, contra nuestro instinto de quedarnos en una cabaña comiendo como cerditos, para que aprovechasen al máximo su estancia. Y la cosa quedó algo así:

Llegan a la capital cultural y tras un almuerzo como no hemos tenido en mucho tiempo, hay que ver templos y visitar y comer en un mercado thai, para que se empapen del ambiente del país antes de empezar a hacer el guirufo… poco más porque tantas horas de viaje exigen un descanso y los días venideros vienen fuertes. Continuamos con una excursión campestre para visitar pueblitos, una cascada y, tras una buena comilona, disfrutar del aliento y las babas calentitas de un elefante, mientras el susodicho animal nos pasea por el campo durante un rato. Que gozada montar estos bichos y que partida de rabadilla oír gritar a nuestras amigas cada vez que su elefante se refrescaba, salpicándolas de moquillo y barro. Por si fuera poco, al decir alguna de ellas que parecía baba de caracol, a los thais encargados de los elefantes les hizo gracia la palabra y comenzaron a canturrearla… La jornada lúdico-deportiva terminó con un rafting sobre cañas de bambú, con un barquero que disfrutaba como un niño lanzándonos al río y haciendo chocar la barca con las piedras. Pocas veces nos hemos reído tanto en el viaje. Tras la ducha de este día comenzó lo que para Javi ha sido una tortura pero para Esther, Águeda y Amanda ha sido la mayor gozada: los mercaditos. Cuantas horas entre puestos de ropa, artesanía y chorraditas. Como echaremos de menos esos agudos regateos de Amanda y esos ojos desquiciados de Águeda en cada puesto de ropa…

Pero al margen de los mercaditos, dejamos Chiang Mai y nos dirigimos hacia Pai, donde una bonita cabaña cerca del río nos sirvió de base para explorar las cascadas, los bosques, las increíbles aguas termales y los pequeños poblados de los alrededores. Amanda demostró su pericia en la conducción, siempre y cuando la moto no se deslizase hacia atrás en una cuesta arriba… esto no se le da bien, bueno, no se le da bien a nadie, y terminó como terminó… con la primera croqueta de nuestras intrépidas amigas… Por las noches, más mercadito. Menos mal que nuestro amigo y vecino Diego, residente en Guadalajara (la de México), hizo compañía a Javi en esos duros momentos.

Para rematar el recorrido turístico por estas tierras y antes de volver a Chiang Mai, donde nuestras visitantes causaron auténticos estragos en el Sunday Market, nos dirigimos a Mae Hong Son, para seguir disfrutando de la paz de las montañas y visitar los poblados de refugiados birmanos, especialmente a las archiconocidas Longneck o Mujeres Jirafa. Y bueno, pues visitarlas está bien, llama la atención… pero ya podrían disimular y hacer como que viven su vida mientras los turistas hacemos fotos, pero no, directamente se ponen en sus puestecitos y la visita a este pueblo es visitar otro mercadito, eso si, pagando… Un amable monje de un templo a la entrada del pueblo demostró la amabilidad de la gente de la zona invitándonos a pasar al monasterio, ofreciéndonos agua y charlando un ratito con nosotros. Amanda y Águeda ya habían conocido la amabilidad y simpatía de las gentes de la zona, cuando unos días antes un anciano nos invitó a conocer su casa, a pesar de no hablar absolutamente nada de inglés, ya os podéis imaginar nuestro nivel de thai… El día habría estado bien de haber sido eso, pero todo tiene un antes y un después. El antes fue la segunda croqueta con la que nos deleitaron nuestras amiguitas… del mismo modo, en moto, pero esta vez cruzando un río, compitiendo con las mujeres jirafa en su terreno al visitar su mercado-pueblo completamente empapadas…

El después lo marcó la parada improvisada en un árbol caído sobre un río y la aparición de un elefante con su adiestrador, que pedo como iba, ofreció a las chicas un paseo por el río en su elefante. Esther no se lo pensó ni un segundo y disfrutó de la experiencia de montar sobre la cabeza del animal. Increíble. A Javi solo le ofreció un cigarro… no siempre es una ventaja ser hombre y así equilibramos fuerzas animales tras la cantidad de veces que Javi vio a nuestra amiga la tortuga en Koh Tao.

Y todo lo bueno se acaba y mientras más bueno es, antes se termina… y nuestras amigas tienen que volver a casa. Las acompañamos a Chiang Mai para que arrasasen en los mercaditos, disfrutamos de las últimas Chang y nos quedamos tristes, pensando en la próxima etapa y cuando y donde será la próxima visita. Los pocos días con Águeda y Amanda han sido geniales. Nunca los olvidaremos. Nunca ovidaremos lo bien que os habéis portado con nosotros. Esta vez nos sentimos afortunados, pero no por poder vivir viajando, si no por poder compartir un pedacito de nuestra aventura con vosotras. Nos habéis traído viveres, cosas útiles y noticias de la gente, pero sobre todo, nunca olvidaremos el regalo más especial, el deseo que pedimos soltando un globo de papel en el templo de Mae Hong Song. Gracias por la visita y por ser como sois…




Interlude

Nos quedan días en Tailandia. Hemos disfrutado de las islas, de Bangkok y del tranquilo y bonito norte en compañía. Tenemos un vuelo para el próximo 4 de marzo y la obligación de volver a Bangkok para tramitar un visado. Vamos a buscar algo menos turístico y entretenernos tranquilamente mientras pasan los días, calurosos y lentos, mientras planificamos que vamos a hacer en marzo y abril. Un billete de autobús nos deja en Phrae. ¿Qué hay en este lugar? Pues poco la verdad, pero lo poco que hay es increíblemente distinto. Aquí no hay turistas extranjeros, los precios son muy bajos, la gente increíblemente amable y las visitas turísticas dejan bastante que desear. Disfrutar de lo que hay es lo que estamos aprendiendo a hacer. Phrae ha demostrado que los thais, cuando no están cansados del turismo, son tan simpáticos y amables como los que más. No nos querían cobran en el cyber, te vuelves del mercado con media sandía que una señora te ha regalado y por el camino te paras a hablar con un par de personas que te saludan, te preguntan y te dan la más estupenda de las sonrisas. No hay cascadas ni grandes templos, solo gente sencilla que te hace disfrutar de las cosas del día a día.

Dejamos Phrae porque tenemos otra cita. Y es que la vida social en Tailandia no se agota. Quedamos en Lop Buri, como el que queda en el bareto de la esquina, con Cristina, amiga de Esther de toda la vida que viene a pasar un tiempo en estas tierras tras agotar su visado en India… esto huele a más cervezas y risas, mientras esquivamos las hordas de monos de la histórica ciudad de Lop Buri…



Monos y conversaciones indias

Los trenes de Tailandia siempre llegan tarde, salvo que llegue de madrugada. Llegamos a Lop Buri con cinco horas de retraso en un trayecto de seis. Los días que siguieron los dedicamos a las memorias Indias, pues Cristina llegaba directamente de pasar 3 meses allí. Comparar nuestras visiones del país, reírnos de las graciosas anécdotas que se dan con sus gentes, de las cosas extrañas y cotidianas de este país que da para tanto. Confirmamos lo que tantas veces habíamos hablado, hay tantas indias como viajeros que la visiten y, las sensaciones que cada uno obtiene divergen y convergen de la forma más extraña y absurda inimaginable… India es India.
También hubo momentos para la desidia, para tomar cerveza y compartir los últimos restos de chorizo y queso, para descansar y ver monos por toda la ciudad, para planificar la siguiente etapa y descansar. Dos tranquilas jornadas hasta que Cristina y su amiga pusieron rumbo a Chinag Mai y nosotros nos dejamos caer hacia el sur, lentamente y con más retraso, en otro tren de tercera clase.


Corrientes circulares en el espacio

Y terminamos esta entrada como la empezamos, en Bangkok. Ya decíamos que siempre se vuelve aquí, aunque ahora teníamos pocas ganas, ya que la única motivación era tramitar un visado. Llegamos a la estación de Hua Lampong, Esther vuelve a devorar unos muslitos de pollo frito y regresamos a nuestro cuchitril de Kao San Rd. (donde las chanclas de Esther permanecen y, si no sabes de que hablamos es que aún no has visto la sección de “esto no es serio…”).  Volvemos a desayunar en el bar de siempre donde a Esther la reciben con un abrazo y volvemos a disfrutar de compañías, ahora de Kazuhiro, nuestro joven amigo Japonés. El calor no es del todo insoportable y los días van pasando, ansiosos. Cuatro noches y cinco días, así como un par de visitas al consulado nos separan de otro viaje dentro del viaje.
Pero antes de decir a donde vamos, un resumen. La ruta original pasaba por salir de Myanmar hacia el norte de Tailandia, para cruzar en diagonal hasta Camboya, de ahí a Vietnam y a Laos, desde donde volveríamos a Bangkok para coger un vuelo a Kuala Lumpur. Pero los planes cambian y el rumbo se desvía mucho más al este. La noche del tres al cuatro de marzo, volaremos hacia Manila. Comienza la odisea de las islas, comienza el lento divagar por esta parte menos transitada del sudeste asiático, para ir volviendo hacia el oeste. El visado nos abre la puerta a dos o tres meses en Filipinas. Tras Filipinas, Borneo e Indonesia. Sabemos cuando empezamos pero no cuando terminaremos. Llega la hora de perdernos en playas, islas, selvas y volcanes. Las últimas horas en Tailandia, el país que nos ha hecho disfrutar de su gastronomía, sus paisajes, sus playas y de su gente pasan despacio. No es para menos, tenemos una cita con Butandin y estamos ansiosos…


jueves, 9 de febrero de 2012

Mingala-bá. Otra historia Birmana


Y tras una poco confortable noche en el Aeropuerto de Bangkok (que nos sirve para darnos cuenta de que nos vamos asalvajando un poco, pues nos molesta más el aire acondicionado que dormir en el suelo), amanecimos en Yangón, la capital de Myanmar, la antigua Birmania. Y aquí es donde nos habría gustado contar que flipamos, que la gente nos recibía con la sonrisa de oreja a oreja y que la ciudad es una maravilla. Pero la realidad es que, como en cualquier otro país, llegas y un hombrecillo te ofrece taxi por el módico precio de 10 dólares, la gente es maja pero te piden bastante más dinero de lo que realmente valen las cosas y Yangon… en fin, es Yangón y como esta ciudad no hay otra. Y no puede haberla, pues el mezclote de gentes, olores, religiones, basuras y comidas callejeras (estas dos últimas difíciles de distinguir en alguna ocasión), ante cualquier tipo de opinión, sobre todo nos desconcierta.Está bien porque te despiertas la primera noche oyendo un cántico, son las tres de la mañana, bajas las escaleras del hotel, sales a la calle y, ¡la hostia!, un grupo de musulmanes paseando un algo por la calle, en la que hay una mezquita, mientras cantan y se golpean el pecho… y a la noche siguiente le tocaba cantar a los budistas del templo que hay frente a la mezquita. Todas las mañanas, monjas vestidas de rosa pastel canturrean mientras piden la limosna. Y esta parte mola. Lo que ya gusta menos son los precios de los hoteles, de los transportes, el follón con la moneda (aquí utilizan kyats, pero también dólares y al loro con el cambio), la suciedad y, ante todo, la similitud de algunas costumbres que descubrimos en la India, como darte la brasa, pedir más dinero a los guiris, escupir una cosa roja que se dejan en la boca durante horas, etc.

Y la pregunta que os haréis al saber que nos quedamos cinco días aquí es ¿por qué? Pues básicamente por dos razones, primero porque teníamos que tramitar el permiso para salir por tierra del país y, segundo, porque Javi se pilló un constipado o algo así y no era plan de meterse 12 horitas de autobús hasta la siguiente etapa. Pero al final salimos de Yangón en un bus de lo más confortable (y no es broma, son caros pero cómodos) con la esperanza de encontrarnos con algo mejor, más allá de sus templos, en Bagán.

Verano azul en Bagan

Y tras una noche de lo menos confortable (me suena que esto no lo decimos por primera vez…), llegamos hechos una mierda a Bagán. Un frio del carajo nos esperaba en la estación de buses, hasta que llegamos al hotel y descansamos. Y Javi volvió a disfrutar de las constantes visitas al baño, sin dolor ni malestar. Al día siguiente cogimos un par de bicis, pan de molde, tomates y aguacate, un mapa de los templos, la linterna y el papel higiénico, y comenzamos a disfrutar de la basta llanura de los templos de Bagán. Pedalear entre templos milenarios repartidos por el bosque, entrar en los grandes y concurridos, descubrir los pequeños y solitarios, subir a lo alto de una terraza o estupa y ver la cantidad de agujas que apuntan al cielo asomándose entre árboles y palmeras, hasta que la vista se bloquea en las montañas del fondo. Nada que no puedas leer en la Lonely Planet. Los templos de Bagán son muy bonitos, los autobuses de coreanos y las docenas de vendedores lo son menos. Pondremos rumbo a las montañas del este, puesto que a las del oeste no puedes ir, salvo que le pagues un pastizal a una agencia de viajes (gubernamental claro). Lo mejor es que el carácter de los/as birmanos/as empieza a aflorar.
 

Las montañas de Kalaw

No quedan plazas en el autobús directo. En este país hay muy pocos sitios que pueden ser visitados por los turistas y es temporada alta, así que las plazas en transportes y hoteles están muy solicitadas. Hacemos un primer tramo en un autobús confortable y para el resto del camino Javi consigue (tras mucho negociar precios entre dólares y kyats), una camioneta o trasto repleta de fardos por todas partes, y con ella nos vamos montaña arriba. Curiosamente, este pesado trayecto de 7 horas de incomodidades y frío hace que empecemos a descubrir un Myanmar que nos gusta más, seremos masocas. Al día siguiente descubrimos que Kalaw es un pequeño pueblo entre montañas, con pocas calles, un agradable calorcito durante el día y un frío que pela por la noche, llegando incluso hasta los 0 grados. Así que, sin saberlo, habíamos llegado al sitio donde íbamos a pasar nuestro invierno este año, eso sí, un invierno muy corto, 5 días para ser exactos.

Y lo mejor para conocer Kalaw, sus montañas, cultivos y a sus gentes, es hacer un trekking con un guía local. Se llama Sun Mar, tiene 22 años y vive en Myir Dake, una aldea de las montañas, donde vamos a dormir esa noche en su casa para continuar al día siguiente con el segundo de dos días de caminata. El primer descanso lo hacemos en un monasterio donde comemos justo delante del altar. Y no estamos solos, un grupo de niños monjes come en otra mesita en un rincón, cerca de ellos, en otra mesa, un monje anciano que nos invita a té y nos ofrece unos plátanos. Nunca antes habíamos comido en un monasterio, es una buena experiencia para nosotros, lo que no esperábamos es que a aquellos sucios niños vestidos con su hábito azafrán les iba a gustar tanto posar para que les hiciésemos fotos y, mucho menos, que acabarían cantando, jugando a pegarse e incluso haciendo la croqueta con Javi para que les hiciésemos videos y después verse. Se reían a carcajadas viéndose en la pequeña pantalla de la cámara. Parecían no cansarse nunca. Finalmente, nos despedimos de todos ellos y continuamos el camino monte a través.


A media tarde llegamos a la aldea, lo mejor de la excursión. Pasear por sus calles de tierra, entre las casas de teka construidas en alto, jugar con los niños, recibir los sonrientes saludos de sus habitantes. Éramos los únicos turistas que paseaban por allí y nadie nos pedía dinero, ni bolígrafos, ni caramelos, ni nada, cosa a la que están muy acostumbrados en esta parte del mundo y en otras muchas, aunque por desgracia todo llegará. Casi con total probabilidad que los turistas conseguirán enseñarles esta penosa costumbre. Así que disfrutamos del momento, con la única precaución de tener cuidado con los búfalos a los que no les gusta el olor de los extranjeros. Y de disfrutar del pueblo a disfrutar de la familia de Sun Mar, super agradables y hospitalarios, ver su casa, aprender con su madre a cocinar el stiki-rice en la cocina de leña y conversar con el padre. Aquí empezamos a conocer a los birmanos y empezar a disfrutar realmente el país. Y antes de empezar la siguiente etapa, tenemos una agradable sorpresa. Nos encontramos a Sun Mar por Kalaw y nos invita muy alegremente a un café en un bar, y porque no la dejamos invitarnos a comer, es la primera vez que nos pasa algo así en nuestro viaje.

Viajar en el tiempo o a Inle Lake

Nos habían recomendado venir a este lugar y creímos que sería por su belleza paisajística, pero al llegar descubrimos que aquello que da a la zona una belleza sin igual son sus  habitantes, con su característica forma de vida.  Agricultores y pescadores que se desplazan en carros tirados por bueyes o montados encima de un búfalo, que nos invitan a tomar té a su casa para que veamos como trabajan la caña de azúcar convirtiéndola en dulcísimas tabletas, que trabajan todo el día de sol a sol en los campos y a la vuelta a casa cargados con enormes cestos en la cabeza, todavía les quedan fuerzas para dedicarnos un sonriente saludo. Es precioso visitar en bote el lago, pasando por sus numerosas aldeas construidas encima del lago, con sus calles de agua, ver a las señoras con sus bonitos sombreros como van en canoa a recoger a los niños al cole, y observar a los pescadores sostenerse sobre un solo pie en la canoa y remando con el otro, al tiempo que utilizan sus manos para pescar con red. Visitar los numerosos monasterios budistas y hablar con sus monjes, o intercambiar gestos y sonrisas con un grupo de señoras mayores que nos invitan a unos dulces.

Esta gente nos ha conquistado, nos han dejado conocerlos poco a poco y ha sido fascinante. En cuanto al país en sí, nos deja frustrados debido a lo inaccesible que resultan la mayor parte de sus territorios, que sabemos que esconden grandes maravillas, pero que al parecer, solo son y será posible visitar, con grandes fajos de dólares. Seguro que cuando se permita visitar cualquier parte del país será uno de los destinos más interesantes de Asia, hasta entonces solo puedes ir a los sitios que te dejan y con limitaciones incomprensibles, como la que nos hizo tener que regresar a Yangón y volver vía aérea a Bangkok, impidiendo cruzar al norte de Tailandia por el tan famoso (o infame) Triángulo de Oro… no todo nos puede salir perfecto. Volvemos a Bangkok donde sabemos las comodidades que nos esperan y donde comenzamos a perfilar otra etapa del viaje. En breve os contaremos que pasará tras cuatro meses de viaje.


domingo, 5 de febrero de 2012

De tapas por Bangkok

Los hechos relatados a continuación tuvieron lugar entre el 9 y el 14 de enero. Las malas conexiones en Myanmar nos han imposibilitado contarlo antes. En breve os contaremos nuestra historia Birmana... hasta entonces, disfrutad con nosotros en Bangkok...

Y por fin, tras varias aproximaciones, sobre todo por parte de Javi (la cuarta para ser exactos), llegamos a Bangkok para quedarnos. Tal vez si llegas directamente desde casa, o si eres un ser asocial por completo, resulte difícil moverse por las calles de Bangkok. Pero después de tres meses de viaje no podíamos imaginar la de gente conocida con la que íbamos a coincidir en el epicentro del sórdido turismo de la capital Tailandesa. Desde que cenando se nos acerca una pareja diciendo: “cenamos con vosotros en Noche Vieja…” (lo que era cierto por supuesto), hasta ver al amigo Belga con el que coincidimos en nuestro primer retiro a Gokarna (India). Todo el mundo va a Khao San Rd. o, al menos, hace un alto para comprar unas chanclas, una camiseta o muchas cervezas. Siempre hay alguien de paso, sin importar que el tránsito sea unas horas o unas semanas, para buscar fiesta o para tramitar un visado (como nuestro caso el de Myanmar). Siempre hay alguien conocido, lo que parece surrealista en una ciudad tan grande. Pero es el centro neurálgico desde el cual todos parten hacia otro país o vuelven a casa.

El ambiente, a pesar de lo dicho, es bastante lamentable. Muchos turistas borrachos, suciedad y miles de productos absurdos a la venta. Gente a la que masajean los pies mientras beben una cerveza y turistas con tailandesas más jóvenes y guapas de lo que objetivamente crees que se merecen. Sabíamos a donde veníamos. Pero también hay más cosas en Bangkok. Tal vez la mayor sorpresa que recibimos fue que, camino a nuestra Guest House, tras haber llegado a las cinco de la madrugada y con todas las ganas de dormir, entre los personajes de la calle aparece Marta, Coco aguarda en la mesa donde iban a cenar (los atentos lectores ya sabrán que son la pareja que conocimos en Koh Tao y que van por ahí paseando por toda Asia en bici). La suerte nos acompaña pues no podíamos haber encontrado mejor compañía para nuestros primeros días en la capital Tailandesa.


Bangkok da mucho de si. Los cinco días pateando sus calles te dejan la sensación de que has visto muchas cosas, pero que a penas has raspado la superficie. Has visto muchos templos, pero no conoces casi nada de lo que ves. Hemos recorrido calles fuera de las más turísticas pero no tenemos ni idea de como viven los thais. Nos asombramos con los enormes edificios y los gigantescos centros comerciales, aunque no caímos en sus redes... Bangkok es sorprendente. La coexistencia de templos entre rascacielos, de monjes entre jóvenes que no despegan los ojos de sus teléfonos móviles de última generación. Tuk tuks y autobuses cochambrosos bajo las vías del skytrain. Pero por encima de todo hay algo que nos cautivó y centró nuestra atención casi tanto como Coco, Marta y el resto de gente conocida. Más que nada de esta ciudad nos gusta la comida. Comida por todas partes, para todos los gustos y olfatos. Ordas de carritos y puestecitos donde Esther devoraba pollo frito. Sakes, zumos y granizados para tragar rollitos de primavera, arroz, nudless y todo cuanto apetezca por 10 o 20 baths. No os imagináis el placer que supone ir de puesto en puesto comiendo cosas que nunca has probado. Ahora sabemos lo que sienten los guiris cuando llegan por primera vez a Granada.

Y comiendo pasaron los días. Marta y Coco por fin pudieron continuar pedaleando, en dirección opuesta a la que nos dirigimos. Fabrizio, al que dejamos bajo la lluvia de Chumpón, compartió con nosotros unos cachitos de escorpión frito con salsa de soja y también partió. Y como a todos nos llegó la hora de coger un transporte. A nosotros nos tocaba el avión, esta vez a lo totalmente opuesto a Tailandia. Ahora es el turno de Myanmar, de buscar lo que no ha visto todo el mundo, de conocer a un pueblo que aún no ha sido invadido por occidente ni sus hordas de marcas y de turistas. Vamos a lo que tal vez es lo más intacto del sudeste asiático salvo, quizá, las remotas islas de Indonesia y Filipinas, a las que les llegará su hora, más pronto que tarde. Pocas expectativas, muchas ilusiones y mucha Birmania (o la parte que nos dejen) por conocer. Nos vemos en Yangón.