…siempre se vuelve a Bangkok…
Y como ya os dijimos en otra entrada, siempre vuelves a Bangkok, para coger un avión, o para ir a otra parte. Tras la negativa de “the corresponding mininster” en Myanmar y no poder salir por tierra, el vuelo más barato que pudimos conseguir nos trajo de nuevo a Bangkok, con otros 28 días de visado para visitar el norte de Tailandia y alguna cosilla más que nos espera o, mejor dicho, que esperamos, por esas tierras asiáticas.
Lo dicho, de nuevo en Bangkok y en los cuchitriles de siempre, degustando barato Pad Thai y visitando embajadas para obtener información de próximos destinos (a ver si alguien adivina que viene después del norte de Tailandia), comiendo pollo frito y con una gran vida social, pues aunque ahora no coincidimos con conocidos, si que conocemos a más gente con la que pasar horas muertas y compartir una cerveza Chang. Pero tan solo un par de días son suficientes para visitar el Weekend Market, dar un paseo en barca por un canal y querer salir corriendo de aquí, pues el calor ya ha llegado y el aire es irrespirable. Compramos un billete de tren por 15 baths y junto a nuestro nuevo amigo Mauro, argentino residente en Barna, nos vamos a visitar la antigua capital del Reino de Siam, Ayutthaya.
Más bicis y más templos
Compartiendo el norte de Tailandia
Probablemente, después de las playas y las islas del sur, el destino más popular de Tailandia sea la capital del norte, Chiang Mai, y sus alrededores, sobre todo la antigua colonia hippie de Pai, así como las montañas y la jungla que se extienden desde la frontera con Myanmar hasta Mae Sariang. Y esto lo sabemos porque hemos ido, no porque lo hayamos leído en la guía y, lo más importante, lo que nos diferencia sobremanera de todas las hordas de turistas que circulan en moto por estos lares, bebiendo Chang y Leo y haciendo el farang, es que la mañana del 12 de febrero de este, nuestro año 2012 y 2555 para los thais, Amanda y Águeda aterrizaron en el aeropuerto de Chiang Mai, convirtiéndose en la primera visita que recibimos… nadie podrá comprender la ilusión que nos hacía y lo felices que nos han hecho (superando el grado de felicidad que da el no trabajar y vivir para viajar). Pues si, llegaron y la sensación, después de más de cuatro meses solos fue increíble. Tener noticias de eso que llamábamos casa, conversaciones, risas y, sobre todo, compartir con alguien a quien ya conocíamos antes del viaje nuestra nueva vida y nuestras experiencias es brutal. Por si fuera poco, entre otras cosas, vinieron con lo siguiente:
- - Un cabecero de lomo;
- - Cuatro cuñas de queso;
- - Un salchichón ibérico;
- - Un chorizo (al más puro estilo Paco Martínez Soria);
- - Tres bandejas de jamón;
- - Chocolate, nocilla, un ejemplas de El Jueves y muchas más cosas de esas que aquí no disfrutamos.
A ver quién lo supera… creo que no teníamos tantas ganas de que llegase alguien desde los Reyes Magos del 86… y no es para menos. Y es que las madres nos cuidan incluso estando en la otra punta del planeta ¡gracias madres por este regalo de Reyes!
El caso es que al venir Águeda y Amanda por un plazo reducido de tiempo, nos comprometimos a planear un calendario de festejos y actividades, contra nuestro instinto de quedarnos en una cabaña comiendo como cerditos, para que aprovechasen al máximo su estancia. Y la cosa quedó algo así:
Interlude
Nos quedan días en Tailandia. Hemos disfrutado de las islas, de Bangkok y del tranquilo y bonito norte en compañía. Tenemos un vuelo para el próximo 4 de marzo y la obligación de volver a Bangkok para tramitar un visado. Vamos a buscar algo menos turístico y entretenernos tranquilamente mientras pasan los días, calurosos y lentos, mientras planificamos que vamos a hacer en marzo y abril. Un billete de autobús nos deja en Phrae. ¿Qué hay en este lugar? Pues poco la verdad, pero lo poco que hay es increíblemente distinto. Aquí no hay turistas extranjeros, los precios son muy bajos, la gente increíblemente amable y las visitas turísticas dejan bastante que desear. Disfrutar de lo que hay es lo que estamos aprendiendo a hacer. Phrae ha demostrado que los thais, cuando no están cansados del turismo, son tan simpáticos y amables como los que más. No nos querían cobran en el cyber, te vuelves del mercado con media sandía que una señora te ha regalado y por el camino te paras a hablar con un par de personas que te saludan, te preguntan y te dan la más estupenda de las sonrisas. No hay cascadas ni grandes templos, solo gente sencilla que te hace disfrutar de las cosas del día a día.
Dejamos Phrae porque tenemos otra cita. Y es que la vida social en Tailandia no se agota. Quedamos en Lop Buri, como el que queda en el bareto de la esquina, con Cristina, amiga de Esther de toda la vida que viene a pasar un tiempo en estas tierras tras agotar su visado en India… esto huele a más cervezas y risas, mientras esquivamos las hordas de monos de la histórica ciudad de Lop Buri…
Monos y conversaciones indias
Los trenes de Tailandia siempre llegan tarde, salvo que llegue de madrugada. Llegamos a Lop Buri con cinco horas de retraso en un trayecto de seis. Los días que siguieron los dedicamos a las memorias Indias, pues Cristina llegaba directamente de pasar 3 meses allí. Comparar nuestras visiones del país, reírnos de las graciosas anécdotas que se dan con sus gentes, de las cosas extrañas y cotidianas de este país que da para tanto. Confirmamos lo que tantas veces habíamos hablado, hay tantas indias como viajeros que la visiten y, las sensaciones que cada uno obtiene divergen y convergen de la forma más extraña y absurda inimaginable… India es India.
También hubo momentos para la desidia, para tomar cerveza y compartir los últimos restos de chorizo y queso, para descansar y ver monos por toda la ciudad, para planificar la siguiente etapa y descansar. Dos tranquilas jornadas hasta que Cristina y su amiga pusieron rumbo a Chinag Mai y nosotros nos dejamos caer hacia el sur, lentamente y con más retraso, en otro tren de tercera clase.
Corrientes circulares en el espacio
Y terminamos esta entrada como la empezamos, en Bangkok. Ya decíamos que siempre se vuelve aquí, aunque ahora teníamos pocas ganas, ya que la única motivación era tramitar un visado. Llegamos a la estación de Hua Lampong, Esther vuelve a devorar unos muslitos de pollo frito y regresamos a nuestro cuchitril de Kao San Rd. (donde las chanclas de Esther permanecen y, si no sabes de que hablamos es que aún no has visto la sección de “esto no es serio…”). Volvemos a desayunar en el bar de siempre donde a Esther la reciben con un abrazo y volvemos a disfrutar de compañías, ahora de Kazuhiro, nuestro joven amigo Japonés. El calor no es del todo insoportable y los días van pasando, ansiosos. Cuatro noches y cinco días, así como un par de visitas al consulado nos separan de otro viaje dentro del viaje.
Pero antes de decir a donde vamos, un resumen. La ruta original pasaba por salir de Myanmar hacia el norte de Tailandia, para cruzar en diagonal hasta Camboya, de ahí a Vietnam y a Laos, desde donde volveríamos a Bangkok para coger un vuelo a Kuala Lumpur. Pero los planes cambian y el rumbo se desvía mucho más al este. La noche del tres al cuatro de marzo, volaremos hacia Manila. Comienza la odisea de las islas, comienza el lento divagar por esta parte menos transitada del sudeste asiático, para ir volviendo hacia el oeste. El visado nos abre la puerta a dos o tres meses en Filipinas. Tras Filipinas, Borneo e Indonesia. Sabemos cuando empezamos pero no cuando terminaremos. Llega la hora de perdernos en playas, islas, selvas y volcanes. Las últimas horas en Tailandia, el país que nos ha hecho disfrutar de su gastronomía, sus paisajes, sus playas y de su gente pasan despacio. No es para menos, tenemos una cita con Butandin y estamos ansiosos…