Y un paseo porque le hemos dedicado mucho menos tiempo a este país de lo que nos habría gustado. Myanmar con tres semanas, Malaysia un mes y medio, casi dos para Tailandia y otros tantos para Filipinas, casi dos y medio a India y tres para Indonesia. Menos de diez días es muy poco, pero es el tiempo, el mismo que habíamos olvidado en otras partes, el que manda y nos hizo elegir si, dejar el antiguo imperio de Angkor para otro viaje o darle al menos tiempo para lo más turístico. Y la segunda opción fue la elegida, sin duda, por las ganas que teníamos de ver los templos de Angkor.
No tuk-tuk!
Phnom Penh es una capital relativamente pequeña, bastante tranquila y con bastante encanto. De nuevo las estupas, los monjes y la buena comida de la zona nos sacan la sonrisa que no perdemos a pesar de los insistentes pero majetes conductores de tuk-tuk que ofrecen sus servicios desde una veintena de metros nada más verte. Encontramos un buen alojamiento, con una ducha caliente que ya volvíamos a echar de menos, y nos metemos un plato de noodless de los de verdad, no los instantáneos de Indonesia. Nos tomamos una cerveza baratita y buena y descansamos de las dos noches anteriores en el tren y el aeropuerto. Por cierto, a pesar de ser la séptima vez que cambiamos de país seguimos teniendo ese gusanillo de llegar a un lugar nuevo, desconocido y por descubrir.
Un poco de turismo por templos y por la S-21, una prisión del régimen de Khemer Rojos de Pol Pot que pone los pelos de punta, no tanto por lo que ves, si no por su historia de detenciones, torturas y reclusiones. Una barbaridad que se completa con la visita a uno de los campos de exterminio en las afueras de la ciudad, donde en tres años fueron asesinados casi 20.000 camboyanos, y donde es casi imposible caminar sin pisar los cientos de huesos humanos que afloran de la tierra durante la temporada de lluvias. Desde que visitamos McLeod Ganj al principio del viaje no habíamos visto nada más triste. No importa cuanto viajes, no importa cuanto veas, es imposible imaginar que cosas como estas hayan sucedido, sucedan y vuelvan a pasar. Es inimaginable la locura que pueden llevar a cabo los seres humanos. Y es desesperante la impotencia de ver que aquellos que cometen estas locuras salen indemnes, como tantos otros que ni tan solo serán llevados a juicio por ser quienes controlan el planeta. Hemos visto cosas maravillosas, gente encantadora y lugares increíbles, pero estas aberraciones del ser humano no tienen parangón.
Variedades culinarias y otros placeres
Tras las penurias sufridas por la alimentación indonesia, los menús de los restaurantes camboyanos se nos hacen una delicia. Mención especial a la primera comida en el país. Un restaurante con buena pinta, no es caro para como vemos los precios y tiene jarritas de cerveza fría más que baratas. Elegimos algo que acompañamos con la birra, que hace su efecto tras tanto tiempo de probar el alcohol poco o nada. Contentillos, queremos otro plato y Esther señala la foto de uno en el menú. La chica nos señala otro y ella insiste. Queremos este plato de carnaza rellena. Y entendimos a los pocos minutos porque la camarera insistía en ofrecernos otro. El relleno de la ternera en cuestión es impresionante. Una pasta de larvas blancas con hormigas negras, rojas y amarillas, adornado por unos bichos bastante más grandes, como avispas, con sus alas y todo, y la parte de atrás verde, para darle más color. Lo bueno fue que íbamos pedo, lo malo es que nos lo comimos (no los bichos grandes, esos los quitamos).
Otra cosa especial que puedes hacer en Phnom Penh es buscar y disfrutar (entre comillas) de los masajes de los ciegos. Bastante interesante y en el caso de Javi, a pesar de pedirlo “no strong”, un poco doloroso, aunque después te quedes pero que muy bien. Esther además de disfrutar del masaje se partía de la risa cuando oía los gemidos de Javi a cada apretón del masajista ciego.
¡De mayor quiero viajar a Angkor Wat!
O algo así nos pasa a muchos en cuanto vemos una de las conocidas imágenes de las ruinas. En el caso de Javi, que se quedó con las ganas en su visita a Laos… tan cerca y sin tiempo, era cuestión de orgullo. A punto estuvimos de volver a casa sin visitar esta maravilla. A punto. Menos mal que Esther tenía claro que no se iba de Asia sin pasar por aquí y todo cuadró bien.
Y tras buscar un lugar cómodo donde descansar de las jornadas en bici entre los templos, alternadas con visitas a los numerosos mercados de Siemp Reap, visitamos los templos de Angkor. No todos, por supuesto, porque están a decenas de kilómetros unos de otros y hay muchos, pero que muchos. Pero evidentemente si que visitamos los más importantes, o casi todos. El famoso Angkor Wat y los otros con las grandes caras de piedra, así como las ruinas con gigantes árboles y sus raíces entre las rocas. No vamos a describir los templos ni nada de eso. Mejor los visitáis vosotros porque merecen la pena. Igual que pasear en bici por los caminos selváticos entre las ruinas. Cuesta creer que no puedas ver un templo desde lo alto de otro cercano por la cantidad de arbolacos que crecen de por medio. No pudimos disfrutar completamente de las famosas puestas y salidas del sol porque ahora mismo, en estas fechas, llueve mucho y salvo por algún momento puntual, las nubes, cuando no la lluvia, nos han acompañado en la vistita a las ruinas. Lo bueno de esta estación es que no había demasiados turistas. Mojados, cansados y contentos gastamos nuestra entrada de tres días en Angkor. Pero también hay algo de tristeza. Es nuestra última visita, el último eslabón de la cadena que comenzó en Nueva Delhi justo once meses atrás (nada más y nada menos). A Javi se le saltaron las lágrimas cuando la chica que revisó la entrada a la zona de templos el último día dijo, con una amable sonrisa: “Oh! Last day…!”. Y no sabía la razón que tenía…
Partimos de Camboya y, como os decíamos, con la sensación de haber hecho el guiri y poco más, acostumbrados como estamos a darle tiempo a la gente, conocer costumbres, comida, etc. El caso es que, como es evidente, nos habría gustado estar más tiempo aquí, visitar zonas más rurales y apartadas de las rutas más turísticas como hemos hecho en todos los países y, sobre todo, conocer mejor a los khemer, más allá de las pesadas e insistentes vendedoras y de los omnipresentes conductores de tuk-tuk (por cierto, no confundir con los taxistas balineses o los indianos, estos son pesados pero también de lo más majete. Se puede ser un plasta, pero un plasta simpático). Pero volvemos a ser esclavos del tiempo, nada es permanente y nuestra impasividad a la cuarta dimensión tampoco.
¿Y ahora que?
Pues con las mochilas un poco más cargadas de varias compras en los mercaditos, un bus hasta la frontera y cruzar, por enésima vez, a Tailandia. Otra vez en el reino de Siam, en un tren cutre, de camino a Bangkok. Y contamos ya cinco veces que llegamos a Bangkok, por una u otra razón, y la cuarta que nos quedamos. Así que esta ciudad, que siempre nos ha gustado, es casi como una segunda casa. Volvemos a los garitos de siempre, esta vez no a nuestra Guest House de siempre. Queremos un descanso y buscamos algo un poco mejor, con baño y limpio de verdad, por muy barata que fuese y por mucho cariño que le tengamos. ¿Y que hacemos tres días en Bangkok al final del viaje? Pues visitar el Weekend Marcket, y a los centros comerciales y, como no, volver al mercado de amuletos. Una de las cosas más frikis que puedes visitar en Tailandia. Y mira que para frikis los Thai. Nos volvemos a asombrar con las cosas extrañas que tienen como amuletos, así como por las tiendas de complementos para mascotas, los centros comerciales de 7 plantas para ropa de mujer y demás… Nos relajamos. Tailandia es cómoda y fácil. Disfrutamos de la comida, los shakes, los pankakes y de los desayunos en nuestro garito preferido. Cuantas veces, sobre todo en Indonesia, habíamos soñado con volver a este antro a desayunar un bocata de pollo con un café y una ensalada de frutas con yogurt…
Show must go on!
Y el fin de algo es el principio de otra cosa. O tal vez es un continuo, porque tras tanto tiempo fuera de nuestra antigua normalidad. Tras tanto tiempo viviendo como nómadas. “Volver” a casa no es volver. Es otra cosa. Es otro viaje que empieza, casi como cuando dejamos un país para entrar en otro. Creemos que volvemos a algo conocido, pero seguro que no es exactamente así. Muchas cosas han cambiado, nosotros también. Las noticias que nos han llegado no son buenas. Tal vez ahora toca posicionarse y dejar nuestro retiro mental del mundo. Tal vez ahora toca ser un poco más conscientes de que nuestro mundo no es inmutable, ahora que conocemos un pedacito más. Al final algo hemos aprendido. Pero también sabemos que hay muchas cosas allá donde vamos ahora. Sabemos que hay gente que nos espera, sobre todo a Carla, a quien deseamos sostener en brazos más que nada en este mundo. Y nos sentimos afortunados. Igual que cuando estábamos en alguno de los paraísos encontrados y pensábamos la suerte que teníamos por haber podido llegar allí, ahora nos sentimos afortunados de que nos esperéis. Ya no queda nada para volver a dar un beso o un abrazo. En breve. Hasta ese momento. Gracias por leernos, gracias por escribirnos y gracias por echarnos de menos. Tal vez los rencuentros sean una de las mejores cosas del viaje. Ya os lo contamos. Seguramente en persona. Ya casi estamos…