jueves, 10 de noviembre de 2011

La ciudad más antigua del mundo… en el segundo país más poblado del mundo


Desde que llegamos, hace un mes, a la India, hemos recorrido varias regiones. Desde el orgulloso Punjab, al grandioso Himachal Pradesh, pasando por Uttarakhand y completando este primer mes con Uttar Pradesh, en las zonas más turísticas como Agra y en las menos, como Allahabad o Mathura. Durante un mes ha sido imposible escapar a las ciudades, superpobladas y supercontaminadas, con sus ajetreos y su constante ruido, salvo los días pasados en Rishikesh y, por supuesto, en McLeod Ganj.

Las ciudades indias siguen un patrón común. Una parte más nueva, donde bloques de ladrillo y hormigón se suceden entre templos, algún parque y centros comerciales de diversos tipos. A lo largo de avenidas y calles relativamente anchas, el tráfico de coches, motos, bicicletas, vacas, rickshaws y ciclorickshaws se sucede con el constante sonar de los pitidos en una competición por pasar primero por donde no se puede. Por otra parte están los suburbios, que solamente contemplamos desde el autobús o el tren cuando entramos o dejamos una de estas ciudades. Impactan los pueblos chavoleros de los que, cada mañana, ves salir a docenas de personas a hacer sus necesidades junto a las vías férreas, entre toneladas de inmundicias y basuras. El lento avance de los trenes en las afueras de las ciudades ofrece una panorámica de la parte más bestia de este país. Por otra parte, en todas las ciudades se encuentra la ciudad vieja, que suele consistir en un bazar de calles serpenteantes donde los vehículos más pequeños se entrecruzan con centenares de indios e indias, entre tiendas, talleres, puestos de chai y de comida.


Estas zonas, repletas de construcciones bajas, viejas y casi en derrumbe son las que suelen albergar los templos más antiguos, los hoteles económicos y cuando algún río sagrado, como el Yamuna o el Ganges, serpentea a su lado, los magníficos e impresionantes Ghats.

Pero si alguna ciudad puede presumir de casco antiguo (con todo el respeto a Vieja Delhi y demás ciudades) y, sobre todo de ghats, esa es Varanasi (Benarés) y la tan famosa zona de Viejo Varanasi. Las callejuelas que se extienden en la orilla del Ganga son una maravilla, calles de hasta poco más de un metro de anchura, desiertas o atestadas, llenas de tiendecillas, de locales donde comer o simplemente de basura y plastas de las decenas de vacas que campan a sus anchas por todas partes. Un laberinto que te conduce por la que dicen, es la ciudad viviente más antigua del mundo. Increíbles templos hindús afloran entre antiguos palacetes y casas de hormigón llenas de habitaciones para turistas, descendiendo y serpenteando por la orilla del río para finalizar en los increíbles gaths de Varanasi.


Aunque ya hemos visto multitud de ghats, desde Haridwar hasta Mathura en el Ganga y el Yamuna respectivamente, así como en otros ríos, los de la antigua Benarés son otra historia. Gigantes edificios junto a los escalones que descienden hacia las aguas del río se suceden entre una neblina permanente que filtra el sol, como si el humo de las cremaciones lo cubriese todo, dando lugar a una luz única y a una atmósfera que acompaña a este misteriosos lugar, donde la vida y la muerte se cruzan con la misma normalidad que una vaca camina entre el tráfico de una avenida. Es lo normal aquí, pero para nuestros ojos, es impactante.

Al amanecer podemos contemplar desde un bote como los peregrinos se agolpan en los ghats para realizar sus abluciones, limpiando así sus pecados en las más que contaminadas aguas del Ganges. El Ganga Aarti o Puja al río, que ya hemos descrito anteriormente, se repite al anochecer, de forma más elaborada y visual. Las creencias hindús se manifiestan en cada gesto a la orilla del río, en los altares de los restaurantes y en la multitud de templos a las más diversas encarnaciones de Brahman. Pero hay un ritual que diferencia a Varanasi del resto de ciudades, por lo que miles de turistas venimos, por lo que todo el mundo ha oído hablar de este lugar. Como hemos dicho, la vida y la muerte se entrelazan de manera sin igual, a la vista de todo el mundo e impresiona. Impresiona ver como trasladan a los cadáveres envueltos en telas por las estrechas calles de la ciudad, como los mojan en el río, mientras un sacerdote construye una pequeña pila de troncos. Impresiona como arden, leña, piel y hueso, pero impresiona más la normalidad y la frialdad con la que se realiza. La muerte aquí no es un tabú ni un drama. Todo el mundo ve como se consumen los cuerpos y como se arrastran sus cenizas hasta la orilla del río, mientras la gente charla tranquilamente y los niños juegan al cricket o vuelan cometas. Aquí no hay lágrimas, aquí no hay mujeres hindús. Ambas se quedan en casa.


Una de las cosas que más nos han impactado en nuestras vidas fue el descubrir que no a todo el mundo lo queman. Existen excepciones, y estas excepciones flotan envueltas en algo parecido al mimbre a lo largo del Ganges, al lado de donde se bañan niños y donde realizan las abluciones, al lado de donde se queman, sin descanso las veinticuatro horas del día, los cuerpos sin alma de los hindús. A los muy ricos, los queman en los gaths principales, en rara ocasión. A los pobres, pero no lo suficiente como para no poder pagar la leña, en los dos gaths donde pudimos observar el ritual. A los que no llegan a eso, en un edificio cercano a uno de estos gaths mediante quemadores eléctricos. Pero a los santones, mujeres embarazadas, niños, leprosos y muertos por picadura de serpiente, se les envuelve, se les ata una piedra y se les deja caer al río desde un bote. Como pudimos descubrir, no siempre permanecen en el fondo del Ganga.


Cosas de la superpoblación…

Sobre los transportes en la India ya hemos comentado algunas cosillas. Para nosotros, la mejor forma de movernos, hasta el momento, ha sido en tren. Viajando en butacas durante trayectos cortos o en clase sleeper durante trayectos nocturnos se viaja cómodo y muy barato. Los trenes son puro espectáculo. La gente habla encantada contigo y, comida y bebida abundan, los baños huelen a rayos pero las puertas van siempre abiertas y se ventilan los vagones.

Los autobuses, por el contrario, suelen llenarse hasta límites insospechados y, como podéis imaginar, son trastos que cuesta creer que anden. En general, viajar por este país es fácil, hay muchos trenes, muchos más autobuses y, a diferencia de otros países que conocemos, el transporte es muy barato, lo necesario para que millones de indios se desplacen a diario.
Llegar y salir a Varanasi en tren puede ser complicado. Las agencias de viaje reservan todos los billetes y encontrar uno que te convenga es difícil. Nosotros tuvimos suerte y encontramos lo que queríamos, llegando a Varanasi desde Gwalior y saliendo hacia Allahabad. Todo bien hasta que, en el tren hacia esta última ciudad, cuando llega el revisor te dice algo como “este no es vuestro tren…” Recuerdas tu llegada a la estación, tren 15159, llegada al andén 5 a las 12.15 y salida a las 12.30, todo correcto. Recuerdas ir al andén 5, que el tren llega a esa hora y sale puntual, que suele ser lo normal con los trenes aquí. A buscar alternativas. La encuentras, siempre la hay, todo es posible en India. Consiste en bajarte en un sitio llamado Jonpur, y allí pillar un bus a Allahabad. No sabes que ha pasado, pero hay salida y, con lo barato del tren y el autobús, no perdemos mucho dinero (un par de euros tal vez), el error no es caro, aunque si en tiempo, llegando más tarde y más cansados. El caso es que cuando las cosas no van, no van y encontrar un hotel en esta ciudad se empieza a convertir en algo de lo más desagradable. Todos los hoteles (visité por lo menos diez o doce) estaban completos, salvo uno que costaba 1000 Rs. la noche (normalmente pagamos entre 200 y 400). Los conductores de ciclorickshaw, con pinta de toxicómanos terminales, son más pesados que en ningún sitio y, el lugar en particular, es una completa basura… atestado de gente que va a peregrinar en las confluencias del Ganges y el Yamuna. Como he dicho, cosas de la superpoblación.

Sabíamos que llegaría el momento en el que esto ocurriría, y llegó. Resumiendo: palizón de autobús, caminata con mochilas y terminar en un hotel caro que, por supuesto, no era ninguna maravilla, cansados y desilusionados. Antes de dormir ya habíamos pensado en cambiar el billete de tren y salir lo antes posible de allí. Lo mejor de todo es que, un efecto que desconocíamos, al ser este un viaje tan largo, es que te olvidas del día de la semana en el que estás, y eso nos gustaba... Hasta que te das cuenta de que el error del tren es porque has ido un día antes a la estación… Para rematar el asunto, coges dos billetes para esa noche en clase general, que es algo así como el que llega primero coge asiento y si no… te jodes. Yo me subí al tren antes de que parase en el andén y la peña ya estaba tumbada en los portaequipajes, pero al menos nos pudimos sentar y mal dormir rodeados de indios que poco a poco se cansaban de la apretada butaca y se tiraban por el suelo, junto con los que no habían encontrado otra cosa... vaya nochecita y vaya dolor de riñones, pero como dicen las madres… palos a gusto no duelen.

Lo positivo, y lo tiene, es que por casualidad terminamos en lugares donde ningún turista pone el pie, donde la gente te ayuda a buscar el transporte a la estación de bus, te ceden asiento para que nos sentemos juntos y no vayamos de pie y se interesan por ti sin querer una sola rupia a cambio. Conocer algo más de su forma de vida, ver como viajan aquellos que no se pueden permitir las menos de 200 Rs. (menos de 3€) que cuesta una litera. Lo que más cuesta asimilar de este país es que, mientras que en Nueva Delhi se gastan millones de euros en organizar una carrera de Fórmula 1, hay gente que pasa la noche durmiendo en el suelo de la estación, o fuera de ella cuando ya no hay espacio en el hall, para intentar coger un asiento en un vagón, que casi nunca consiguen, viajando de pie o en el suelo durante horas. No parece justo. Hablamos muchas veces de que, en más de un mes por estas tierras, algunas cosas las tomamos por habituales, cosas que nada más llegar nos parecían increíbles. Esperamos no acostumbrarnos nunca a la extrema pobreza y dejadez que sufren millones de personas. Ya lo hemos dicho, superpoblación quiere decir que hay mucho, pero que muchísimo, de todo. Bellas personas, ricos, gente desplazándose y, sobre todo, pobreza.

Tras el despiste y el paréntesis de un par de días machacándonos, llegamos nuevamente a Agra, al hotel que conocemos, barato y con un colchón muy muy muy bueno, para descansar antes de abandonar la profunda India de Uttar Pradesh, en la que la religión y los centros de peregrinaje hindú absorben absolutamente todo, más que en cualquier otra parte que hemos conocido. Toca descansar para salir en busca del famoso Rajastán, dejamos la inmensa llanura del Ganges y nos dirigimos hacia el desierto del Thar.

5 comentarios:

  1. Como siempre... espectacular entrada...y maravillosas fotos... :)
    Aprendemos con vosotros ;)
    Un beso gordo y seguir informando.
    Sonsoles

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  2. Me da la sensación de que estoy viajando con vosotros, parece que os estoy oyendo mientras os leo... maravilloso!!! mil besos

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  3. Seguid escribiendo así, nos encanta.

    Un besazo

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  4. TIO NO CONOCIA ESA FACETA DE ESCRITOR,LO HACES MUY BIEN, EL CATURLA NO TE PUSO SOBRESALIENTE EN COU??
    ME ALEGRO MUCHO QUE ESTEIS BIEN,, UN ABRAZO MUY GRANDE PARA LOS DOS. ÓSCAR

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  5. cada vez que os leo me dan mas ganas de visitaros....... prometemos jamon y lo que pidio esther, los lilas, jejeje!!!

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