domingo, 1 de enero de 2012

Sà-wàt-dee kâ/kráp


Nuestra entrada en Tailandia fue rompedora. Dispuestos a colmarnos con los olores, sonidos y sabores de Bangkok, tras una noche en un autobús indio que te levantaba de dos a cuatro dedos del asiento en cada bache y una confortable noche en el suelo del aeropuerto de Kolkata (Calcuta), aterrizamos en la capital Tailandesa. La cuestión era que interesaba llegar a Koh Tao pronto para establecernos y buscar una buena Nochebuena, así que, acostumbrados a prescindir de una cama, del aeropuerto nos fuimos directamente a la estación de trenes para poner rumbo a nuestra primera isla en un tren nocturno. Marcamos tendencia en el metro cuando un servidor, creyendo que habíamos parado en una estación, me quité la camiseta mientras el último frenazo del tren, con brazos en alto, amarrados y cabeza cubierta por la camiseta, me hizo aterrizar de forma lamentable con mi cabeza en el regazo de una señora thai. En la estación y en el trayecto nos deslumbramos con la higiene del nuevo país, disfrutamos de cristales trasparentes, de muchos coches respetando semáforos y de la ausencia de gargajos que finalizan con un manchurrón rojo o negro en alguna pared, suelo o pierna. Esther desaparece en la estación de tren mientras, ¡oh maravilla! un simpático empleado nos informa de los trenes, horarios, etc. No cayó en una mafia de trata de blancas ni en un puesto de comida exótica como plato principal. Solo salivaba ante un puesto de pinchos donde el pollo y la carne se tostaban. Lo bueno de empezar un viaje así por la India es que aprendes a valorar algunas pequeñas cosas que nunca habías apreciado (juro que tuvimos ganas de besar al hombre que a cada rato limpiaba el pasillo del tren).

Y en un tren con mucho frío gracias al air con, llegamos a Chumpón. No todo es guay tras salir de la India. Después de más de dos meses viajando, durmiendo y comiendo, llegas a Tailandia y flipas con los precios… se acabó viajar ocho horas en tren por tres euros. Ahora somos falang y, aunque de entrada aquí no hay que pelear por cada rupia, ahora soltamos bahts con recelo para aguantar el presupuesto diario, que se va al traste con cada medio de transporte. Pero entras en el circuito mochilero sin darte cuenta y sin que te hagan falta las neuronas perdidas tras noches de mal dormir. En India era difícil encontrar a gente que siguiese tu ruta, aquí en unas pocas horas comienzas a recibir información útil para todo el viaje. Otra diferencia que se percibe enseguida es que los Thailandeses no son como los Indis con el dinero, pero como he dicho, ahora somos falangs y si no espabilas pillas, pero siempre hay otro falang cerca para preguntar.


Navidades bajo el mar

¿Y que medio de transporte nos faltaba por coger antes de recordar lo que era una cama? Barco, si, y no cualquiera. Un bonito catamarán muy moderno que se inclinaba como un junco con las tremendas olas provocadas por el monzón del norte, de pocas aguas pero fuertes vendavales. En India la gente tenía la costumbre de vomitar en los autobuses, aquí la moda es hacerlo en el barco, aunque no es de extrañar con tan tremendas olas. Llegados al puerto, el primer phàt thai nos asienta el estómago y encontramos un bonito bungalow, con ducha de agua caliente, una pequeña nevera y, sobre todo, LIMPIEZA… ¡ay! como disfrutamos de estos pequeños placeres…

Ya ubicados, buscamos a un tal Brujo de una escuela de buceo llamada algo así como HI Asia… Xavi y Encar (Esparraguera Junction) nos hablaron de esta gente y dejando al lado otros consejos, nos vamos a Chalok Baan Kao Bay. localizando IHASIA, preguntamos por Brujo y por el camino conocemos a Summer y el resto de instructores. Un rato después solo falta decidir cuando va a empezar Javi el curso de buceo. Y todo comenzó a pasar muy deprisa.


En lo alto de una piedra a orillas del mar, tras hacer snorkel con tiburones de punta de aleta negra, conocemos a Marta, Coco, Sara y Monchi. Estos dos últimos habían venido a Tailandia a visitar a sus amigos Coco y Marta que, con esa decisión típica del norte de la península Ibérica, pillaron las bicis y se plantaron en Vietnam, para pedalearse toda Asia y volver a Pamplona. Poco más tarde se nos unieron Raquel y el mejor compañero de Open Dive Water que se pueda tener, David. Y los días y las risas se suceden entre videos de enfermedades descompresivas, snorkelings con tiburones y las primeras inmersiones de Javi. Y en medio estaba la Navidad.


De Brujo podíamos esperar una buena formación en buceo, buen ambiente y muchos consejos, para dentro y fuera del agua en toda Asia, pero lo que no podíamos imaginar era una cena de Nochebuena con chorizo, costillas, tortilla de patatas (a cargo de Summer), queso, fuet y turrón de postre. Tampoco podíamos imaginar que encontraríamos tan buen rollo con toda la gente de IHASIA y nuestros amigos navarros y malagueños. Hicieron que echar de menos a la familia fuese mucho más llevadero.



Lo del día 28 de diciembre fue memorable. Las dos últimas inmersiones del curso, increíbles. Muy contento de como había ido el curso y disfrutando lo que no está escrito de la sensación de flotar, moverse bajo el agua, del relax y la paz del fondo y de la maravilla de la vida marina. El regalo extra llegó por la tarde, cuando volvimos a Shark Bay a buscar a los tiburones. La situación: Esther y Javi buscando a los escualos, viendo peces de colores y, de repente, ¡tiburón! Lo vemos, intentamos seguirlo pero se escapa rápido. Flotando, mirando a todas partes buscando este u otro tiburón y, repentinamente, ¡zas! Una de las imágenes más bonitas que podemos recordar. Una tortuga carey de más de un metro y toda la comitiva que la rodea, comiendo entre los corales. Increíble. Nadamos con ella, sube a la superficie, asoma la cabeza y se vuelve a hundir, se vuelve a parar y sigue comiendo, peces y rémoras acompañándola y nosotros sin creer lo que vemos. Uno de esos momentos de felicidad infinita, donde todo se para y gira alrededor de una vivencia que pasa a la memoria para perdurar siempre.

La suerte quiso que al día siguiente, Javi en compañía de Coco y esa cámara acuática que adquirimos gracias a nuestros compañeros de trabajo, se volviese a encontrar con nuestra amiga, para inmortalizar en formato digital ese momento. De nuevo al día siguiente, la suerte quiso que Javi en solitario, siguiendo a un tiburón y su cría por la superficie, se volviese a encontrar con ella. Todos nos dicen lo difícil que es encontrarla y no sabemos como ni a que o quién agradecer la experiencia de nadar con esta criatura. Nos anima a seguir buscando como desovan y a la gran presa del viaje, el tiburón ballena.

No todo perdura, e igual que al final dejamos a la tortuga nadar y perderse entre las aguas, nuestros buenos amigos parten para seguir con su viaje. Esperamos volver a vernos, en nuestro viaje o al regreso a casa.









Atrapados en Koh Tao (o de como terminó el 2011 con jamón entre los dientes)

Tras las navidades y el buceo, los días continuaron con una atípica Navidad. Despertarse por la mañana y bajar a la playa, darse un baño, charlar con alguna de las personas que deambulan por Chalok Ban Kao Bay, desayunar un bocata de pollo e irse a buscar una playita donde ponerte la máscara y el tubo y divisar más pececillos de colores. Tras varias opciones, la pereza y el follón que supone cambiar de lugar a final de año, decidimos quedarnos en Koh Tao, donde conocemos a buena gente con la que terminar el año. Y así llegó la noche vieja. Tras decidir que nada más empezar el año haríamos honor a nuestra vida errante y continuaríamos la marcha, compramos un par de kilos de uva (aunque no sea del Vinalopó) y nos ponemos la camiseta más limpia par cenar con los españoles de Koh Tao. Si Brujo nos dejo patidifusos con unos platos de chorizo y unos polvorones en Noche Buena, nos volvió a sorprender con unos platitos de jamón, del bueno, del serrano, del que tantas veces hablas en este viaje diciendo que lo echas de menos, con su tocinito y regustillo salado en la boca… salivo de nuevo al contarlo.

Y tras la cena, donde el resto del menú daba igual, nos dirigimos de nuevo a la playa, nos separamos del grupo con doce uvas cada uno, nos metemos en el agua y, mirando el segundero del reloj, nos comemos las uvas con el mar a nuestros píes, mientras un grupo de eufóricos tailandeses tiran cohetes y prenden fuego a un bonito cartel de “Happy New Year 2012” que han estado todo el día colocando en el agua. Este año no hay cava, este año nos acercamos a la tienda y brindamos con una Chang para empezar mejor de lo que hemos terminado. No ha estado mal.


El año que seremos nómadas

Y como decíamos, con pena y una gran tormenta, el primer día del año recogimos nuestras mochilas y bajo la lluvia del monzón del norte, volvimos al puerto de Koh Tao para pasar la primera noche del año en un ferry de camino a otra isla, al otro lado de la península. En compañía de Nuria (Argentina) y Fabrizio (Italia), llegamos al ferry. Para que os hagáis una idea, noche lluviosa, un barco viejo y oxidado, con dos camiones cisterna, muchos paquetes y dos marineros tailandeses con más alcohol en sangre que tatuajes en la piel. Que manera de empezar el año, espectacular… Tras la confusión con las literas libres u ocupadas, cenar y tomar una biodramina, la noche fue mucho más tranquila de lo que se podía esperar y dormimos como lirones en compañía de otros turistas y unos cuantos tailandeses. Al llegar al puerto de Chumpón nos despedimos de Fabrizio y, junto con Nuria, nos dirijimos hacia lo que no esperábamos encontrar en Tailandia, a una isla tranquila. El caso es que tras unas horas de mini-van, llegamos a la ciudad de Ranong, damos vueltas como tontos bajo la lluvia buscando el puerto de nuestro barco, nos subimos en un trozo de madera que lentamente navega entre islas y finalmente llegamos a la isla de Koh Phayam.


Como nos ha pasado varias veces, cuando llegas a algunos sitios, tienes la sensación de que te has equivocado, que habría sido mejor otra opción. Pero como nos ha pasado en casi todas las ocasiones hasta el momento, solo es cuestión de darle un poco de tiempo al lugar. El resultado en esta ocasión ha sido una semana en una isla preciosa, salvaje, llena de bosque y de selva, sin coches, con playas paradisiacas y un tiempo que dejó la lluvia para pasar a un sol estupendo. Una isla en la que encontrar a gente, pasear en bici por sendas en la jungla hasta playas desiertas, desayunar durante horas, ver la puesta de sol sobre el mar y sobre el sur de nuestro próximo destino, Myanmar. Una isla tranquila en el sur de Tailandia, no podemos pedir más.

Bueno, siempre se puede pedir más, la verdad. Y llegado el 5 de enero añoramos de nuevo a la familia y comentamos que este año no hay regalo de reyes. Pero a veces todo se cumple. Nuestra amiga Nuria esperaba a dos amigos, que llegaron unos días antes, Nina y Boris. De repente, sacan un bote de Nutella y una bolsita de anacardos, nos dicen que se van al día siguiente y que nos dan lo que queda. No podíamos estar más contentos.





 Pero si, se puede estar más contento. Los días han pasado sin darnos cuenta y al despedirnos del Mar de Andamán y cargar con la mochila vuelve la alegría del movimiento y del viaje. Llevamos casi tres semanas descansando de la India y añoramos volver a trotar. Con las pilas más que cargadas y con la sonrisa grabada en la cara volvemos al barco con ansia de descubrir Tailandia (las islas no dejan de ser un micro clima de extranjeros donde la vida Thai a penas se vislumbra). Y de vuelta en Ranong, compramos un billete de bus nocturno y nos saciamos de comida, de esa que no se reconoce ni en forma, color ni sabor, en un mercado local, turnándonos para ir y traer cualquier cochinada que encontremos por 10 baths. Solo queda esperar un poco, dormir lo que se pueda en el bus y por fin, con todas las ganas posibles, descubrir el gran Bangkok.